28/06/2016, 02:02
Efectivamente, una de las cuchillas interceptó el puñal del niño que atacó a Ritsuko, pero este lo asió con tanta fuerza, con tanta rabia, que no cayó al suelo. Quien sí cayó al suelo fue el niño, que al fin y al cabo era un niño. Ritsuko había conseguido hacerle un corte con la otra cuchilla en el pecho, superficial pero sin duda alguna doloroso. El infante cayó al suelo y se tapó el pecho con los brazos, todavía sin soltar el puñal. Sollozando... Llorando...
—¡Te he dicho que no lo mates! ¡Soy tu madre! ¡Deberías hacerme caso!
Ahí es cuando la locura de Ritsuko empezó a incrementar. Ya estaba nerviosa de por sí, con todo lo que estaba pasando... ¡un monstruo enorme lo había destruído todo! El corazón le latía a mil por hora, la visión estaba borrosa, y pronto las voces de su madre le impidieron escuchar lo que sucedía a su alrededor.
—¡Eres una inconsciente, Ritsuko! ¡Has matado a un niño, miralo, miralo, está muerto!
El niño seguía llorando y temblaba ligeramente, pero Ritsuko no tenía la suficiente fuerza de voluntad como para resistirse a las mentiras de su propio cerebro.
—¡¡MUEREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!! —chilló el niño, que con energía renovada se había levantado de nuevo. Y hundió el puñal bien adentro del vientre de Ritsuko, que empezó a sangrar mientras se ahogaba con las reprimendas de su madre inexistente.
Justo cuando Noemi volvía de evacuar al acomodador y pasaba entre un cúmulo de gente.
Tatsuya y Anzu se habían escondido, cada uno a su manera, pero aquellos hombres estaban alerta y eran mucho más expertos que ellos. Otearon la habitación de los baños durante un rato, y uno de ellos, el que había llamado la atención a su compañero, comenzaba a acercarse a una piedra que se le antojó sospechosa.
—¡Tío! ¡Que no va a haber nadie cagando con la que se ha liado, coño! ¡Siempre actúas como un paranoico!
El hombre que se acercaba a Anzu chasqueó la lengua y se dio la vuelta hacia su compañero, pateando el suelo con fuerza a cada paso que daba de vuelta al pasillo.
—¡Actúo como tiene que actuar alguien con tanta responsabilidad a nuestras espaldas! Eres la vergüenza del cuerpo de inteligencia, Tamae.
Dio un tendido suspiro y ambos prosiguieron el paso. Sus voces se apagaban a medida que se alejaban de los baños.
Sólo Anzu, que tenía un buen oído, pudo escucharlos hasta que giraron la esquina:
—Como sea, esto cambia radicalmente la situación ¿no? Ahora no tienen uno, tienen dos. Capturar a uno de ellos iba a ser complicado, pero ahora tendremos que hacerlo a la vez o en un lapso de tiempo muy corto.
—Vaya, de modo que al final no ganaste el puesto en la casa de subastas.
—¡Oye!
—Tienes razón, tienes razón... Si actuásemos en una aldea primero, la otra tomaría medidas preventivas y ya no podríamos echarle el guante al otro después.
—¿Y los samuráis? Ellos todavía tienen al nueve colas.
—No tardará en estar en nuestras manos.
Karamaru y Kaido bajaron a interesarse por el pobre Daruu, que se había quedado enmudecido por el dolor.
Mitsuki puso la mano en el hombro de la mujer que sollozaba y le sugirió llevarla a un lugar seguro.
Al contrario de lo que en otro universo hubiere sucedido, la mujer no contestó. Se limitó a seguir llorando desconsoladamente.
—¡Ayuda a mis hijos!— gritó desesperadamente mientras la agarraba por el kimono —¡Por favor! ¡Ayuda a mis hijos!— suplicó una vez más. Sí, eso es lo que podría haber pasado. Pero no pasó. ¿Quién ha dicho que eso tuviera que pasar?
—¡Mis hijos, mis hijos!— la mujer soltó a la peliblanca para comenzar a arrastrarse hasta los cuerpos de los niños, Mitsuki la agarró con fuerza para evitar que se alejase y la abrazó, dejando la cabeza de la pobre madre justo debajo de su barbilla —¡Son mi vida... por favor!—. Tal vez luego se sucedieran esos acontecimientos. Pero no lo hicieron.
—¡No por favor, no!— la mujer se zarandeaba con una fuerza impropia de una personas que acababa de perder esa cantidad de sangre, pero Mitsuki se mantenía firme mientras avanzaba esquivando rocas y cuerpos.
Podríamos imaginar muchas cosas.
Pero la mujer sólo seguía llorando.
Mitsuki estaba conmovida por la escena. No soportaba ver sufrir a los demás. Por eso, no tardó en ponerse a llorar desconsoladamente, como si la pérdida de aquellos hijos hubiera sido suya. Cayó de rodillas, derrotada.
—¿Qué haces? ¡Tenemos que sacarla de aquí! Bah, quita.
El ANBU apartó a Mitsuki de un empujón, que cayó al suelo totalmente derrumbada por la pena. Agarró a la mujer a hombros y se la llevó corriendo. La mujer gritó, y gritó, y aumentó el volumen de sus gritos, casi desgarrándose la garganta, contemplando a sus hijos muertos.
Mitsuki, en medio de todo aquello, sufrió un importante ataque de ansiedad y se hizo un ovillo.
Pero algo llamó la atención de Katomi y Mogura de camino al grupo que Katomi había señalado. Llegaron a una sección de la grada donde habían un par de cadáveres: niños decapitados, una visión horrible. Y otra kunoichi, de cabello blanco, tirada en el suelo, sujetándose la cabeza, llorando desconsoladamente y temblando violentamente.
Mitsuki.
El extraño que Riko había encontrado ni siquiera respondió a la pregunta, ni siquiera levantó la mirada. Se teleportó —o a ojos de Riko, eso fue lo que pasaría— frente a él y le propinó un fuerte golpe en el estómago, luego un gancho en la cara. Tumbado en el suelo, el encapuchado se abalanzó sobre él desenfundando una katana, que no dudó en clavar en su garganta.
Era más rápido y más fuerte que él. No debió siquiera formular aquella pregunta, quizás.
Riko gorgojeó y tosió sangre antes de perder el conocimiento y morir.
Kazuma no pudo evitar ser pisoteado también mientras trataba de levantarse. En otro universo, un hombretón habría apartado a la gente, en otro universo, habría también una niña. Pero en aquél universo el hombretón había chocado contra Juro y lo había arrojado encima de él, y la gente detrás de él, como ya había dicho, estaba asfixiándolos con todo su peso.
Afortunadamente, Juro utilizó una corriente de aire que mandó volando entre gritos a los demás y consiguió, de paso, liberarles de toda esa zona de atasco.
No fue bonito. Alguna persona se rompió la cabeza contra algún escalón. Pero la vida, a veces, valía más que el deber.
Además, quién sabe si no hubieran muerto todos ahogados y aplastados entre ellos.
Juro se apartó de Kazuma, que estaba inconsciente a esas alturas. Le sangraba mucho la nariz.
En la arena, reinaba el caos. Shiona se levantó, fuera de sí, y empezó a chillar:
—¡¡No, no, no, no, no!!
El Shukaku había agarrado a uno de sus genin, y se lo había tragado sin que ella pudiera hacer nada.
—Escucha, Datsue. Esto es muy importante: deberás tomar una responsabilidad enorme, pero es necesario que guardemos a los b... ¡¡ME CAGO EN DIOS, ESTOS ZAPATOS ERAN NUEVOS!!
El líder de Takigakure se apartó de un saltito y le dio una bofetada a su genin.
—¡Joder, tú faltaste al honor de la aldea intentando amañar aquél combate, y ahora lo vas a arreglar convirtiéndote en nuestro preciado jinchuuriki! Quieras o no.
Observó a las dos portadoras de la capa de bijuu y se acarició la barbilla.
—Además, Datsue, en serio —dijo, esta vez en voz más baja—. Analiza la situación. ¿Por qué Uzushio también tiene ese poder? Esto me huele a chamusquina. He confiado en ellas hasta ahora, pero algo me dice que las lideresitas nos ocultan algo.
Ayame y Eri se movieron como una centella gracias a la fuerza revitalizadora que parecía nutrirles. Cada una fue hacia un lado, y tal vez ese fue su error. La muchacha de Ame golpeó con fiereza el vientre del Shukaku, quien apenas se resintió un segundo y comenzó a... ¿reírse?
Aquella carcajada infernal fue el anuncio de algo más terrible: la otra garra del bijuu se aferró al cuerpecito de Ayame y comenzó a apretarla, y a apretarla, y a apretarla... Y de pronto se sintió pesada. No podía transformarse en agua. Era como si su cuerpo estuviera... ¿lleno de arena?
Eri escalaba por la otra garra de la bestia buscando acercarse a Nabi, pero de entre los dedos del mapache pronto crecieron sendos montones de arena, que eran como otras dos manos, y así, sin mover un solo músculo, el bijuu tenía cuatro rehenes. Tres fuera de él, y uno más en su estómago.
Hasta que...
El destello del acero endió el aire cuando Uchiha Migime descendió sobre el bijuu, la manos sujetando la espada con la que parecía ir a cometer, a ojos de cualquier persona cuerda, una locura.
Pero Migime levantó la mirada hacia el filo de su espada y el acero se volvió rojo como la sangre, y brilló más que cualquier luz, y creció un aura de energía en longitud hasta medir metros, y metros...
—¡¡Fuujin: Bunkatsuken!!
Cayó frente al bijuu y movió los brazos para cortar desde su frente hasta sus pies, seccionándolo por la mitad. La bestia abrió las garras y gritó de dolor. La arena cayó, Eri y Ayame cayeron, y Nabi también cayó al suelo. Yota salió despedido desde el estómago del bijuu y cayó también.
Pero la bestia no estaba muerta, era evidente que una sola persona no podía derrotar a un bijuu. Los pedazos estaban conectados por arena, y no tardarían en volver a reunirse. Eran como dos mitades atraídas por un imán que estaba en el centro.
—¡Ahora, ahora!
Shiona, con la boca abierta, pareció reaccionar e hizo una seña a Yubiwa, quien cogió a Datsue del brazo y lo arrastró con una facilidad sorprendente.
Los kages se acercaron, y Shiona realizó una rápida serie de sellos. De su espalda surgieron hasta dos decenas de cadenas que arrojó a la bestia y se clavaron a mitades entre los dos pedazos, intentando que no se juntaran. La Uzukage volvió hacer una serie de sellos, y un círculo con extraños caracteres se dibujó en el suelo, debajo de ella. Una fina línea creció hasta tocar los pies del Shukaku, desde ese mismo sello, y un aura pálida de color azul envolvió al mapache.
—Yubiwa... Tu chico.
—Por las buenas... ¿O por las malas? —Yubiwa observó a Datsue, y clavó sus extraños ojos con forma anular sobre los de su pupilo.
—¡Te he dicho que no lo mates! ¡Soy tu madre! ¡Deberías hacerme caso!
Ahí es cuando la locura de Ritsuko empezó a incrementar. Ya estaba nerviosa de por sí, con todo lo que estaba pasando... ¡un monstruo enorme lo había destruído todo! El corazón le latía a mil por hora, la visión estaba borrosa, y pronto las voces de su madre le impidieron escuchar lo que sucedía a su alrededor.
—¡Eres una inconsciente, Ritsuko! ¡Has matado a un niño, miralo, miralo, está muerto!
El niño seguía llorando y temblaba ligeramente, pero Ritsuko no tenía la suficiente fuerza de voluntad como para resistirse a las mentiras de su propio cerebro.
—¡¡MUEREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!! —chilló el niño, que con energía renovada se había levantado de nuevo. Y hundió el puñal bien adentro del vientre de Ritsuko, que empezó a sangrar mientras se ahogaba con las reprimendas de su madre inexistente.
Justo cuando Noemi volvía de evacuar al acomodador y pasaba entre un cúmulo de gente.
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Tatsuya y Anzu se habían escondido, cada uno a su manera, pero aquellos hombres estaban alerta y eran mucho más expertos que ellos. Otearon la habitación de los baños durante un rato, y uno de ellos, el que había llamado la atención a su compañero, comenzaba a acercarse a una piedra que se le antojó sospechosa.
—¡Tío! ¡Que no va a haber nadie cagando con la que se ha liado, coño! ¡Siempre actúas como un paranoico!
El hombre que se acercaba a Anzu chasqueó la lengua y se dio la vuelta hacia su compañero, pateando el suelo con fuerza a cada paso que daba de vuelta al pasillo.
—¡Actúo como tiene que actuar alguien con tanta responsabilidad a nuestras espaldas! Eres la vergüenza del cuerpo de inteligencia, Tamae.
Dio un tendido suspiro y ambos prosiguieron el paso. Sus voces se apagaban a medida que se alejaban de los baños.
Sólo Anzu, que tenía un buen oído, pudo escucharlos hasta que giraron la esquina:
—Como sea, esto cambia radicalmente la situación ¿no? Ahora no tienen uno, tienen dos. Capturar a uno de ellos iba a ser complicado, pero ahora tendremos que hacerlo a la vez o en un lapso de tiempo muy corto.
—Vaya, de modo que al final no ganaste el puesto en la casa de subastas.
—¡Oye!
—Tienes razón, tienes razón... Si actuásemos en una aldea primero, la otra tomaría medidas preventivas y ya no podríamos echarle el guante al otro después.
—¿Y los samuráis? Ellos todavía tienen al nueve colas.
—No tardará en estar en nuestras manos.
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Karamaru y Kaido bajaron a interesarse por el pobre Daruu, que se había quedado enmudecido por el dolor.
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Mitsuki puso la mano en el hombro de la mujer que sollozaba y le sugirió llevarla a un lugar seguro.
Al contrario de lo que en otro universo hubiere sucedido, la mujer no contestó. Se limitó a seguir llorando desconsoladamente.
—¡Ayuda a mis hijos!— gritó desesperadamente mientras la agarraba por el kimono —¡Por favor! ¡Ayuda a mis hijos!— suplicó una vez más. Sí, eso es lo que podría haber pasado. Pero no pasó. ¿Quién ha dicho que eso tuviera que pasar?
—¡Mis hijos, mis hijos!— la mujer soltó a la peliblanca para comenzar a arrastrarse hasta los cuerpos de los niños, Mitsuki la agarró con fuerza para evitar que se alejase y la abrazó, dejando la cabeza de la pobre madre justo debajo de su barbilla —¡Son mi vida... por favor!—. Tal vez luego se sucedieran esos acontecimientos. Pero no lo hicieron.
—¡No por favor, no!— la mujer se zarandeaba con una fuerza impropia de una personas que acababa de perder esa cantidad de sangre, pero Mitsuki se mantenía firme mientras avanzaba esquivando rocas y cuerpos.
Podríamos imaginar muchas cosas.
Pero la mujer sólo seguía llorando.
Mitsuki estaba conmovida por la escena. No soportaba ver sufrir a los demás. Por eso, no tardó en ponerse a llorar desconsoladamente, como si la pérdida de aquellos hijos hubiera sido suya. Cayó de rodillas, derrotada.
—¿Qué haces? ¡Tenemos que sacarla de aquí! Bah, quita.
El ANBU apartó a Mitsuki de un empujón, que cayó al suelo totalmente derrumbada por la pena. Agarró a la mujer a hombros y se la llevó corriendo. La mujer gritó, y gritó, y aumentó el volumen de sus gritos, casi desgarrándose la garganta, contemplando a sus hijos muertos.
Mitsuki, en medio de todo aquello, sufrió un importante ataque de ansiedad y se hizo un ovillo.
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Pero algo llamó la atención de Katomi y Mogura de camino al grupo que Katomi había señalado. Llegaron a una sección de la grada donde habían un par de cadáveres: niños decapitados, una visión horrible. Y otra kunoichi, de cabello blanco, tirada en el suelo, sujetándose la cabeza, llorando desconsoladamente y temblando violentamente.
Mitsuki.
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El extraño que Riko había encontrado ni siquiera respondió a la pregunta, ni siquiera levantó la mirada. Se teleportó —o a ojos de Riko, eso fue lo que pasaría— frente a él y le propinó un fuerte golpe en el estómago, luego un gancho en la cara. Tumbado en el suelo, el encapuchado se abalanzó sobre él desenfundando una katana, que no dudó en clavar en su garganta.
Era más rápido y más fuerte que él. No debió siquiera formular aquella pregunta, quizás.
Riko gorgojeó y tosió sangre antes de perder el conocimiento y morir.
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Kazuma no pudo evitar ser pisoteado también mientras trataba de levantarse. En otro universo, un hombretón habría apartado a la gente, en otro universo, habría también una niña. Pero en aquél universo el hombretón había chocado contra Juro y lo había arrojado encima de él, y la gente detrás de él, como ya había dicho, estaba asfixiándolos con todo su peso.
Afortunadamente, Juro utilizó una corriente de aire que mandó volando entre gritos a los demás y consiguió, de paso, liberarles de toda esa zona de atasco.
No fue bonito. Alguna persona se rompió la cabeza contra algún escalón. Pero la vida, a veces, valía más que el deber.
Además, quién sabe si no hubieran muerto todos ahogados y aplastados entre ellos.
Juro se apartó de Kazuma, que estaba inconsciente a esas alturas. Le sangraba mucho la nariz.
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En la arena, reinaba el caos. Shiona se levantó, fuera de sí, y empezó a chillar:
—¡¡No, no, no, no, no!!
El Shukaku había agarrado a uno de sus genin, y se lo había tragado sin que ella pudiera hacer nada.
—Escucha, Datsue. Esto es muy importante: deberás tomar una responsabilidad enorme, pero es necesario que guardemos a los b... ¡¡ME CAGO EN DIOS, ESTOS ZAPATOS ERAN NUEVOS!!
El líder de Takigakure se apartó de un saltito y le dio una bofetada a su genin.
—¡Joder, tú faltaste al honor de la aldea intentando amañar aquél combate, y ahora lo vas a arreglar convirtiéndote en nuestro preciado jinchuuriki! Quieras o no.
Observó a las dos portadoras de la capa de bijuu y se acarició la barbilla.
—Además, Datsue, en serio —dijo, esta vez en voz más baja—. Analiza la situación. ¿Por qué Uzushio también tiene ese poder? Esto me huele a chamusquina. He confiado en ellas hasta ahora, pero algo me dice que las lideresitas nos ocultan algo.
···
Ayame y Eri se movieron como una centella gracias a la fuerza revitalizadora que parecía nutrirles. Cada una fue hacia un lado, y tal vez ese fue su error. La muchacha de Ame golpeó con fiereza el vientre del Shukaku, quien apenas se resintió un segundo y comenzó a... ¿reírse?
Aquella carcajada infernal fue el anuncio de algo más terrible: la otra garra del bijuu se aferró al cuerpecito de Ayame y comenzó a apretarla, y a apretarla, y a apretarla... Y de pronto se sintió pesada. No podía transformarse en agua. Era como si su cuerpo estuviera... ¿lleno de arena?
Eri escalaba por la otra garra de la bestia buscando acercarse a Nabi, pero de entre los dedos del mapache pronto crecieron sendos montones de arena, que eran como otras dos manos, y así, sin mover un solo músculo, el bijuu tenía cuatro rehenes. Tres fuera de él, y uno más en su estómago.
Hasta que...
···
El destello del acero endió el aire cuando Uchiha Migime descendió sobre el bijuu, la manos sujetando la espada con la que parecía ir a cometer, a ojos de cualquier persona cuerda, una locura.
Pero Migime levantó la mirada hacia el filo de su espada y el acero se volvió rojo como la sangre, y brilló más que cualquier luz, y creció un aura de energía en longitud hasta medir metros, y metros...
—¡¡Fuujin: Bunkatsuken!!
Cayó frente al bijuu y movió los brazos para cortar desde su frente hasta sus pies, seccionándolo por la mitad. La bestia abrió las garras y gritó de dolor. La arena cayó, Eri y Ayame cayeron, y Nabi también cayó al suelo. Yota salió despedido desde el estómago del bijuu y cayó también.
Pero la bestia no estaba muerta, era evidente que una sola persona no podía derrotar a un bijuu. Los pedazos estaban conectados por arena, y no tardarían en volver a reunirse. Eran como dos mitades atraídas por un imán que estaba en el centro.
—¡Ahora, ahora!
Shiona, con la boca abierta, pareció reaccionar e hizo una seña a Yubiwa, quien cogió a Datsue del brazo y lo arrastró con una facilidad sorprendente.
Los kages se acercaron, y Shiona realizó una rápida serie de sellos. De su espalda surgieron hasta dos decenas de cadenas que arrojó a la bestia y se clavaron a mitades entre los dos pedazos, intentando que no se juntaran. La Uzukage volvió hacer una serie de sellos, y un círculo con extraños caracteres se dibujó en el suelo, debajo de ella. Una fina línea creció hasta tocar los pies del Shukaku, desde ese mismo sello, y un aura pálida de color azul envolvió al mapache.
—Yubiwa... Tu chico.
—Por las buenas... ¿O por las malas? —Yubiwa observó a Datsue, y clavó sus extraños ojos con forma anular sobre los de su pupilo.
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