29/06/2016, 01:24
(Última modificación: 25/09/2016, 00:08 por Amedama Daruu.)
El ensordecedor grito de Ayame, enriquecido por el chakra de la bestia que albergaba en su interior, desgarró los oídos de todos los que estaban en la arena, hizo temblar el estadio, reverberó con fuerza y despegó los pies del suelo de Eri, Nabi, Yota, Yubiwa, Datsue, Migime… y de Shiona.
—N… no… ¿qué haces…?
La líder de Uzushiogakure tuvo que taparse los oídos para que no le estallaran los tímpanos. Pero la increíble fuerza de aquél grito la removió del sitio, rompió el sello y soltó las cadenas del Shukaku.
Ayame no era consciente de la fuerza de su propio lamento. El sonido era demasiado fuerte, incluso para ella, incluso desde ese ángulo. Incluso para los huesos de su cráneo. Las ondas rebotaron como el golpe al caer en plancha al mar desde un rascacielos. Se mareó, se mareó, y estuvo a punto de perder el conocimiento.
Y de pronto, se vio a sí misma allí. Pero a la vez, muy lejos de allí. En un lugar, sin embargo, que estaba muy dentro de ella.
Y frente a ella, un esplendoroso caballo blanco, con rostro cetáceo, con cinco colas. El monstruo que habitaba en su interior se alzaba ante ella, pero no parecía amenazador. Sus ojos, se podría decir, incluso transmitían emoción. Transmitían algo más, también. Quizás… ¿Añoranza?
Click. Clack. ¿Sonaba un click clack? No, ¡era un tic tac! Como el de un reloj.
Era extraño.
—¿Por… qué? ¿Por qué haces esto? ¿Por qué te preocupas? ¿Es por tu amigo?
Se acercó a Ayame, derrumbada sobre el suelo de aquél extraño dojo, iluminado con luz tenue. Su hocico, apenas unos centímetros separados de su cara. El extraño ser entrecerró los ojos.
—Espera. Eres… ¿eres… tú? ¿Eres tú? No…
Un flash. El reloj había parado.
Estaba de nuevo en la arena.
Allá afuera todo se había salido de control. La gente, en el estadio, que se había controlado al ver como los líderes manejaban la situación y cómo la bestia estaba herida y bien atada, ahora gritaban desesperados. El bijuu era más fuerte que el kage. Y aquella mujer de la arena, aquella chica, había perdido el control. Algunos incluso chillaban que se había puesto de su lado, otros que habían varios monstruos más, otros más que la del pelo azul iba a tardar poco en descontrolarse también. Y luego estaban los más religiosos, que se arrodillaban y rezaban a los dioses.
Yubiwa y Shiona eran los únicos que tenían fuerzas para levantarse. Los genin estaban derrotados. Incluso Ayame y Eri, que parecían haber perdido aquella capa que les proporcionaba una energía extraordinaria.
Y aún así, ellos lo hicieron temblando como un flan, sin apenas capacidad para enfrentarse a aquél terror.
—¿Y nuestros antepasados se enfrentaron a nueve como… estos?
—No quiero ser apocalíptico… —increpó Yubiwa—. Pero no creo que vayamos a salir vivos de esta.
Señaló al Shukaku. El mapache emitió una risa gutural, casi diabólica. Estaba de nuevo íntegro. Levantó el morro hacia el cielo, y luego lo agachó hacia abajo, y empezó a cargar una esfera negruzca, morada, roja, blanca y negra que apuntó hacia ellos.
—¿Qué es eso…?
Un destello azul claro pasó entre Shiona y Yubiwa. Una Amekoro Yui, jadeante y sin energías también, había aparecido entre ellos dos.
—Estaba en la grada este cuando la malnacida de mi jinchuuriki decidió darnos un concierto —escupió, con un humor mordaz—. ¡Je! Otra cosa no, pero en Amegakure tenemos los pulmones bien fuertes.
—Yui… ¿Hay algo que podamos hacer?
Yui se dio la vuelta y observó a Shiona con rostro triste.
—Sé que no es buen momento para recordar lo que pasó en Kusagakure, pero creo que esa esfera es mucho más grande que la que destruyó la aldea.
¿Estamos jodidos?
Yui les dio la espalda e hizo un sello especial con las dos manos. Separó las piernas y un aura celeste la envolvió por completo.
—Por detrás y con vaselina, Yubiwa. Intentaremos que sea leve. ¿Tenéis chakra que prestarme?
Shiona bajó la cabeza y Yubiwa se encogió de hombros.
—Lo he gastado todo tratando de retenerlo…
—Te daré lo que necesites. ¿Será suficiente?
Yui observó la esfera que estaba cargando el bijuu. Ya era casi tan grande que el propio Shukaku. ¿De dónde había sacado tanta energía? Entonces observó a la izquierda, luego a la derecha.
La muchacha del pelo azul la había sorprendido desde la distancia. Quizás desde ese momento había dejado de prestar atención a los heridos y había dedicado la mayor parte de su tiempo a observar. ¿Uzu había robado chakra del bijuu de Amegakure? Conociendo a Shiona, era improbable, pero no imposible. ¿Ayame había regalado ese chakra? ¿Cómo iba esa chiquilla a saber siquiera cómo hacer eso? Diablos, si ella misma lo supiera habría utilizado otro método para el ataque a Kusagakure.
No tenía ni idea que Ayame pudiera desencadenar tanto poder sin hacerle daño al sello. Aquello sin duda podría ser peligroso, aunque quizás se le podía sacar algo de provecho…
Pero lo importante es que ya no había capa, en ninguna de las dos. Y entonces lo comprendió.
—Esto es malo. Se ha alimentado del chakra de bijuu de las otras dos. Dios santo, nos va a reventar.
—¡Has dicho que ibas a intentar detenerlo!
—Y lo haré.
Una masa de agua sin forma empezó a emerger frente a Yui. Creció y se removió con la furia de mil titanes, y compuso una columna más grande que el propio estadio y que el propio bijuu. Parecía una ola, pero estaba estática, quieta en el sitio.
—La corriente de mi técnica va hacia arriba, como un géiser —explicó—. Pararé la técnica y la desviaré hacia arriba… Y que estalle en el cielo. Que los putos ángeles se traguen esto, porque yo no pienso hacerlo.
—¡JIAJIAJIAJIAJIAJIA! ¡SOIS MUY DIVERTIDOS!
—¿Qué…?
—¿¡Qué!?
—¡¡Cojones, que habla!!
—Han sido cientos, miles de años soportándoos —gruñó la criatura—. ¿Creéis que os odio a vosotros? ¿Qué sois una amenaza, quizás? ¿Que quiero destruiros… a vosotros?
Como si se tratase de una pajita, hizo crecer un tubo de arena de su boca y lo clavó en la inestable bomba de energía que estaba creando frente a sí mismo.
—Sois unos egocéntricos. Unos esclavistas de mierda. Sois el mal en persona, humanos. HUMANOS. Sois una plaga.
»Oh, no… No os voy a matar a vosotros, no… ¿Pretendíais encerrarme de nuevo, verdad?
—¿De nuevo…?
—¡JAJAJA! ¡¡IDIOTAS!! ¡¡¡SI MUERO, YO VOLVERÉ A LA VIDA!!! ¡¡¡VOSOTROS, Y TODOS VUESTROS NIÑATOS IDIOTAS, PROYECTOS DE ASESINOS EN SERIE, NO LO HARÉIS!!!
El Shukaku sorbió, y a medida que sorbía, su cuerpo se volvía de un color más y más negruzco, como si él mismo fuera la esfera que había creado anteriormente.
—¡¡Arrójale la técnica, Yui!!
—¡¡Es inútil!!
Yui extendió las manos hacia adelante y la ola se arrojó contra el Shukaku, pero apenas movió su cuerpo del sitio antes de perderse por la grieta que había dejado al entrar en el estadio.
—Ha sido un placer, señoritas. Se acabó…
A la bestia no le importó explotar desde adentro llevándose consigo todo lo demás. Fue una muerte instantánea para todos los de la arena, y apenas unos segundos más para todos los demás del estadio. Quizás unos minutos para el resto de los Dojos del Combatiente. Pero todo el valle quedó arrasado por una fuerza que escapaba a la comprensión de todos.
Y en el último segundo antes de su muerte, todos escucharon ese endemoniado tic, tac.
Qué extraño. Todos lo habían sentido. Como la piel se desgarraba del músculo, como la vida se les iba en el último aliento. Pero allí estaban. Inmóviles, sí, pero de pie sobre sus dos piernas. Incluso Riko, que había visto el final mucho antes que el resto, estaba allí, tan vivo como lo había estado desde que había nacido.
No podían hablar. No podían mirarse entre ellos. De hecho, ¿se veían, o simplemente era que estaban conectados? Todos sentían lo que el otro guardaba en su interior. Miedo, ira, desesperación… y aquella extraña calma.
Aquella profunda, extraña, y terrorífica calma.
Allá en el fondo de la oscuridad, como siempre ocurre en el fondo de todas las oscuridades, había un pequeño punto blanco. Tan sólo un punto, quizás una fina línea que oscilaba arriba y abajo. Una figura que se acercaba. Era extraño. Como la calma.
Aquella terrible, perturbadora y mortecina calma.
Iluminaba todo a su paso. Pero en aquél espacio vacío, todo flotaba sin ningún suelo. Y todo era negro. Es difícil de explicar. ¿Iluminaba algo que no se puede iluminar? Pero, sin embargo, lo iluminaba.
Pues él era la luz, y siempre lo había sido para todos ellos, para todos los ninjas.
No se había presentado, pero todos sabían quién era.
—Me llaman Sabio de los Seis Caminos. Rikudou. Pero sin duda eso ya lo sabíais, ¿verdad? —Claro, habían oído hablar de él, pero aquello sólo eran leyendas. Nunca lo habían visto, pero todos sabían, en su interior algo se lo decía, que se trataba del mismísimo Sabio de los Seis Caminos—. Lo que os voy a decir no va a ser fácil de digerir, pero debéis escuchar con toda vuestra atención.
Sus extraños ojos se paseaban por todos los presentes, aunque parecían detenerse más tiempo en algunos de ellos.
—Karamaru… robar sigue estando mal, nunca caigas en la tentación de hacerlo —dijo de pronto, dejando de lado el hilo de la conversación original.
»Daruu, tu enfrentamiento con Zetsuo no te lleva a ninguna parte. Seréis buenos amigos. Lo sé. Lo… conozco bien.
»Anzu, Datsue… Os recuerdo muy diferentes. No os metáis en problemas, ¿vale?
»Juro, ¿sigues creciendo tan rápido como entonces, eh?
»Yota… ¿has aprendido lo que se siente cuando estás encerrado dentro de alguien? Espero que eso os haga reflexionar a todos un poco. Has cambiado mucho, pero no engañas a nadie, eres un hijo del desierto. El desierto… te atrae. Está escrito.
»¡Ayame, Kokuo! Tardaréis en daros cuenta, pero vuestro lazo está tejido desde hace mucho tiempo. Tenéis que fortalecerlo. Sed una. Sed fuertes.
»Veo que sois los mismos de siempre, aunque también bien distintos… ¿Siempre en el centro de todo, todos vosotros, eh? Incluso allá afuera, lejos, una sombra conocida vuelve, sin nombre, hecha bestia. ¿O no? Tardará en descubrir que es más de lo que él cree. Siempre… Es el destino. Ya veo. Todo coincide. Ojalá tuviera tiempo para hablar con todos vosotros, pero se me acaba, se me acaba…
Dio un largo y tendido suspiro.
Era un hombre viejo, con el pelo negro canoso, liso y largo. Vestía una túnica blanca con magatamas negros, como negro era el bastón que sostenía en su mano derecha. Una de las partes terminaba en un círculo, como la luna llena, y la otra en un semicírculo, como una luna menguante. De no ser por sus ojos, extraños, de color morado pálido, con múltiples líneas concéntricas, cualquiera habría dicho que se trataba de un hombre normal.
—Y a mí me ha tocado este papel en este nuevo ciclo… —Dio otro largo y tendido suspiro—. Diantres. Ciclos. Todo se resume en eso. Estaba tan a gusto en mi pequeño despacho, rodeado de… En fin. Eso fue hace… mucho, muchísimo tiempo.
»Tenéis que comprender que la tela del mundo lleva construyéndose mucho, mucho tiempo. Puede que las cosas hayan cambiado, puede que siempre cambien, pero hay alguien empeñado en que los mundos, las personas, los acontecimientos se repitan una y otra vez. Vosotros no recordáis nada. Probablemente estas palabras os suenen a un extraño idioma extranjero. Pero yo os recuerdo a vosotros, como el hombre que siempre causa el fin os recuerda también, a cada uno de los que alguna vez os habéis cruzado con él.
»Recuerda el paso del tiempo, recuerda las reconstrucciones, porque él es el artífice. Comprenderéis que no puedo dejaros morir tan pronto. Los que estáis aquí seréis clave en el futuro del mundo. Si los líderes perecen, si los jinchuuriki perecen, si el mundo se queda sin contrapoder para sus hilos, él podrá operar sin que nadie se le oponga. Y esta vez, no tendrá que despuntar los hilos del telar, ¡como siempre ha hecho siempre que desmontamos sus planes!
»Hay un mal ahí fuera, uno que ha comprendido muchas veces cómo está hecho el mundo. Uno que ha entendido de dónde viene el chakra y sabe utilizarlo. Cada vez que algo no le sale bien, acaba con todo y la realidad renace. Él quiere alzarse, por encima de todos nosotros. Quiere usarnos como simples muñecos de trapo. Quiere ser el rey, el emperador. Quiere que seamos las hormigas de un terrario a sus órdenes.
»O peor aún… Estoy empezando a barajar que sólo quiere divertirse. Y eso… da miedo.
»¡El chakra es la energía del mundo! ¡De la realidad tal y como la conocemos! Y mucho me temo que a este mundo no le queda más energía que desperdiciar en renacer. Si este hombre, no, este monstruo sigue tirando el lienzo a la basura cada vez que el dibujo del artista no sale como él quiere, el cosmos va a quedarse sin tinta.
»Por eso, antes de que él lo controle todo y a todos y nos esclavice, o antes de que encuentre de nuevo los sellos que mantienen la energía del mundo fuera de sus garras… Debéis acabar con él.
»Después de lo que os he dicho, esto os va a resultar difícil: pero no debéis tener prisa. Sí debéis ser cautos. Lo más cautos que seáis posibles. Y mantener la estabilidad. Debéis mantener… la paz. Por favor, os lo pido. Ese mal del que os hablo no está entre vuestras filas. No está afiliado a ningún batallón. Ese mal del que os hablo trabaja por y para sí mismo… y es impredecible.
»El Ninshu me permite salvaros la vida hoy. El Ninshu me permite hablaros. Pero el Ninshu sólo me permite estar conectado con la gente que es afín al chakra. Cuando volváis ahí fuera, os váis a encontrar con civiles muertos. Cientos. Miles. Los Dojos, devastados. Debéis mantener la cordura, por vosotros, por vuestros hijos, por el futuro del mundo. Debéis tranquilizaros, organizaros, volver a vuestras villas, prepararos para lo peor e investigar. Pues el mal está ahí fuera, encarnado en hombre.
»No tardéis demasiado en hacerlo. Migime, Noka. Lo que váis a ver va a ser doloroso, pero vuestros guardias sobrevivirán también. Están aquí, ¿lo sentís? Debéis volver a vuestra tierra, al País del Hierro. Confiad en mis palabras, pero no esperéis encontrar allí nada agradable. Es vuestra tarea reconstruir vuestra patria.
»El futuro va a ser difícil. Primero vendrá la calma, pues el enemigo es astuto y calculador. Lento, sí, pero cada paso es un movimiento en un tablero gigante de ajedrez. Espero que vosotros sepáis jugar vuestras fichas tan bien como él.
»Cuidáos muy bien de él, por favor.
Como si hubieran despertado de un mal sueño, los shinobi se levantaron, poco a poco, en el centro del gran cráter que había sido el Valle de los Dojos. No había rastro de víctimas. Porque se habían evaporado al instante, claro.
Y como un ejército invisible, todo el mundo sabía lo que tenía que hacer, aunque en el fondo nadie sabía qué había pasado exactamente, ni qué pasos había que dar para cumplir la tarea. Se levantaron, con rostro aciago. Se miraron los unos a los otros, y decidieron dejar las conversaciones para más tarde. Para otro momento. Para otro lugar más cómodo.
Así fue como cada shinobi volvió a su villa. Así fue como cada alma conectada fraternizó con la de al lado. Así fue como las sospechas de Yubiwa se evaporaron en el aire. Así fue como el miedo a la guerra de Shiona se desvaneció. Así fue como el ímpetu de Yui se apagó y su corazón se ablandó un momento para cuidar de sus hijos.
Así fue como Migime y Noka caminaron, juntos de la mano hacia el este.
Así fue como todos, a la una, se entendieron, aunque sólo fuese por un segundo.
Así fue como el Mundo Ninja continuó su nuevo camino… ¿o quizás, el camino que ya había andado desde el principio?
—N… no… ¿qué haces…?
La líder de Uzushiogakure tuvo que taparse los oídos para que no le estallaran los tímpanos. Pero la increíble fuerza de aquél grito la removió del sitio, rompió el sello y soltó las cadenas del Shukaku.
Ayame no era consciente de la fuerza de su propio lamento. El sonido era demasiado fuerte, incluso para ella, incluso desde ese ángulo. Incluso para los huesos de su cráneo. Las ondas rebotaron como el golpe al caer en plancha al mar desde un rascacielos. Se mareó, se mareó, y estuvo a punto de perder el conocimiento.
Y de pronto, se vio a sí misma allí. Pero a la vez, muy lejos de allí. En un lugar, sin embargo, que estaba muy dentro de ella.
Y frente a ella, un esplendoroso caballo blanco, con rostro cetáceo, con cinco colas. El monstruo que habitaba en su interior se alzaba ante ella, pero no parecía amenazador. Sus ojos, se podría decir, incluso transmitían emoción. Transmitían algo más, también. Quizás… ¿Añoranza?
Click. Clack. ¿Sonaba un click clack? No, ¡era un tic tac! Como el de un reloj.
Era extraño.
—¿Por… qué? ¿Por qué haces esto? ¿Por qué te preocupas? ¿Es por tu amigo?
Se acercó a Ayame, derrumbada sobre el suelo de aquél extraño dojo, iluminado con luz tenue. Su hocico, apenas unos centímetros separados de su cara. El extraño ser entrecerró los ojos.
—Espera. Eres… ¿eres… tú? ¿Eres tú? No…
Un flash. El reloj había parado.
Estaba de nuevo en la arena.
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Allá afuera todo se había salido de control. La gente, en el estadio, que se había controlado al ver como los líderes manejaban la situación y cómo la bestia estaba herida y bien atada, ahora gritaban desesperados. El bijuu era más fuerte que el kage. Y aquella mujer de la arena, aquella chica, había perdido el control. Algunos incluso chillaban que se había puesto de su lado, otros que habían varios monstruos más, otros más que la del pelo azul iba a tardar poco en descontrolarse también. Y luego estaban los más religiosos, que se arrodillaban y rezaban a los dioses.
Yubiwa y Shiona eran los únicos que tenían fuerzas para levantarse. Los genin estaban derrotados. Incluso Ayame y Eri, que parecían haber perdido aquella capa que les proporcionaba una energía extraordinaria.
Y aún así, ellos lo hicieron temblando como un flan, sin apenas capacidad para enfrentarse a aquél terror.
—¿Y nuestros antepasados se enfrentaron a nueve como… estos?
—No quiero ser apocalíptico… —increpó Yubiwa—. Pero no creo que vayamos a salir vivos de esta.
Señaló al Shukaku. El mapache emitió una risa gutural, casi diabólica. Estaba de nuevo íntegro. Levantó el morro hacia el cielo, y luego lo agachó hacia abajo, y empezó a cargar una esfera negruzca, morada, roja, blanca y negra que apuntó hacia ellos.
—¿Qué es eso…?
Un destello azul claro pasó entre Shiona y Yubiwa. Una Amekoro Yui, jadeante y sin energías también, había aparecido entre ellos dos.
—Estaba en la grada este cuando la malnacida de mi jinchuuriki decidió darnos un concierto —escupió, con un humor mordaz—. ¡Je! Otra cosa no, pero en Amegakure tenemos los pulmones bien fuertes.
—Yui… ¿Hay algo que podamos hacer?
Yui se dio la vuelta y observó a Shiona con rostro triste.
—Sé que no es buen momento para recordar lo que pasó en Kusagakure, pero creo que esa esfera es mucho más grande que la que destruyó la aldea.
¿Estamos jodidos?
Yui les dio la espalda e hizo un sello especial con las dos manos. Separó las piernas y un aura celeste la envolvió por completo.
—Por detrás y con vaselina, Yubiwa. Intentaremos que sea leve. ¿Tenéis chakra que prestarme?
Shiona bajó la cabeza y Yubiwa se encogió de hombros.
—Lo he gastado todo tratando de retenerlo…
—Te daré lo que necesites. ¿Será suficiente?
Yui observó la esfera que estaba cargando el bijuu. Ya era casi tan grande que el propio Shukaku. ¿De dónde había sacado tanta energía? Entonces observó a la izquierda, luego a la derecha.
La muchacha del pelo azul la había sorprendido desde la distancia. Quizás desde ese momento había dejado de prestar atención a los heridos y había dedicado la mayor parte de su tiempo a observar. ¿Uzu había robado chakra del bijuu de Amegakure? Conociendo a Shiona, era improbable, pero no imposible. ¿Ayame había regalado ese chakra? ¿Cómo iba esa chiquilla a saber siquiera cómo hacer eso? Diablos, si ella misma lo supiera habría utilizado otro método para el ataque a Kusagakure.
No tenía ni idea que Ayame pudiera desencadenar tanto poder sin hacerle daño al sello. Aquello sin duda podría ser peligroso, aunque quizás se le podía sacar algo de provecho…
Pero lo importante es que ya no había capa, en ninguna de las dos. Y entonces lo comprendió.
—Esto es malo. Se ha alimentado del chakra de bijuu de las otras dos. Dios santo, nos va a reventar.
—¡Has dicho que ibas a intentar detenerlo!
—Y lo haré.
Una masa de agua sin forma empezó a emerger frente a Yui. Creció y se removió con la furia de mil titanes, y compuso una columna más grande que el propio estadio y que el propio bijuu. Parecía una ola, pero estaba estática, quieta en el sitio.
—La corriente de mi técnica va hacia arriba, como un géiser —explicó—. Pararé la técnica y la desviaré hacia arriba… Y que estalle en el cielo. Que los putos ángeles se traguen esto, porque yo no pienso hacerlo.
—¡JIAJIAJIAJIAJIAJIA! ¡SOIS MUY DIVERTIDOS!
—¿Qué…?
—¿¡Qué!?
—¡¡Cojones, que habla!!
—Han sido cientos, miles de años soportándoos —gruñó la criatura—. ¿Creéis que os odio a vosotros? ¿Qué sois una amenaza, quizás? ¿Que quiero destruiros… a vosotros?
Como si se tratase de una pajita, hizo crecer un tubo de arena de su boca y lo clavó en la inestable bomba de energía que estaba creando frente a sí mismo.
—Sois unos egocéntricos. Unos esclavistas de mierda. Sois el mal en persona, humanos. HUMANOS. Sois una plaga.
»Oh, no… No os voy a matar a vosotros, no… ¿Pretendíais encerrarme de nuevo, verdad?
—¿De nuevo…?
—¡JAJAJA! ¡¡IDIOTAS!! ¡¡¡SI MUERO, YO VOLVERÉ A LA VIDA!!! ¡¡¡VOSOTROS, Y TODOS VUESTROS NIÑATOS IDIOTAS, PROYECTOS DE ASESINOS EN SERIE, NO LO HARÉIS!!!
El Shukaku sorbió, y a medida que sorbía, su cuerpo se volvía de un color más y más negruzco, como si él mismo fuera la esfera que había creado anteriormente.
—¡¡Arrójale la técnica, Yui!!
—¡¡Es inútil!!
Yui extendió las manos hacia adelante y la ola se arrojó contra el Shukaku, pero apenas movió su cuerpo del sitio antes de perderse por la grieta que había dejado al entrar en el estadio.
—Ha sido un placer, señoritas. Se acabó…
¡¡¡MOOOORIIIIIID!!!!
JISATSU BAKUDAN BIJUU-DAMA
A la bestia no le importó explotar desde adentro llevándose consigo todo lo demás. Fue una muerte instantánea para todos los de la arena, y apenas unos segundos más para todos los demás del estadio. Quizás unos minutos para el resto de los Dojos del Combatiente. Pero todo el valle quedó arrasado por una fuerza que escapaba a la comprensión de todos.
Y en el último segundo antes de su muerte, todos escucharon ese endemoniado tic, tac.
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Qué extraño. Todos lo habían sentido. Como la piel se desgarraba del músculo, como la vida se les iba en el último aliento. Pero allí estaban. Inmóviles, sí, pero de pie sobre sus dos piernas. Incluso Riko, que había visto el final mucho antes que el resto, estaba allí, tan vivo como lo había estado desde que había nacido.
No podían hablar. No podían mirarse entre ellos. De hecho, ¿se veían, o simplemente era que estaban conectados? Todos sentían lo que el otro guardaba en su interior. Miedo, ira, desesperación… y aquella extraña calma.
Aquella profunda, extraña, y terrorífica calma.
Allá en el fondo de la oscuridad, como siempre ocurre en el fondo de todas las oscuridades, había un pequeño punto blanco. Tan sólo un punto, quizás una fina línea que oscilaba arriba y abajo. Una figura que se acercaba. Era extraño. Como la calma.
Aquella terrible, perturbadora y mortecina calma.
Iluminaba todo a su paso. Pero en aquél espacio vacío, todo flotaba sin ningún suelo. Y todo era negro. Es difícil de explicar. ¿Iluminaba algo que no se puede iluminar? Pero, sin embargo, lo iluminaba.
Pues él era la luz, y siempre lo había sido para todos ellos, para todos los ninjas.
No se había presentado, pero todos sabían quién era.
—Me llaman Sabio de los Seis Caminos. Rikudou. Pero sin duda eso ya lo sabíais, ¿verdad? —Claro, habían oído hablar de él, pero aquello sólo eran leyendas. Nunca lo habían visto, pero todos sabían, en su interior algo se lo decía, que se trataba del mismísimo Sabio de los Seis Caminos—. Lo que os voy a decir no va a ser fácil de digerir, pero debéis escuchar con toda vuestra atención.
Sus extraños ojos se paseaban por todos los presentes, aunque parecían detenerse más tiempo en algunos de ellos.
—Karamaru… robar sigue estando mal, nunca caigas en la tentación de hacerlo —dijo de pronto, dejando de lado el hilo de la conversación original.
»Daruu, tu enfrentamiento con Zetsuo no te lleva a ninguna parte. Seréis buenos amigos. Lo sé. Lo… conozco bien.
»Anzu, Datsue… Os recuerdo muy diferentes. No os metáis en problemas, ¿vale?
»Juro, ¿sigues creciendo tan rápido como entonces, eh?
»Yota… ¿has aprendido lo que se siente cuando estás encerrado dentro de alguien? Espero que eso os haga reflexionar a todos un poco. Has cambiado mucho, pero no engañas a nadie, eres un hijo del desierto. El desierto… te atrae. Está escrito.
»¡Ayame, Kokuo! Tardaréis en daros cuenta, pero vuestro lazo está tejido desde hace mucho tiempo. Tenéis que fortalecerlo. Sed una. Sed fuertes.
»Veo que sois los mismos de siempre, aunque también bien distintos… ¿Siempre en el centro de todo, todos vosotros, eh? Incluso allá afuera, lejos, una sombra conocida vuelve, sin nombre, hecha bestia. ¿O no? Tardará en descubrir que es más de lo que él cree. Siempre… Es el destino. Ya veo. Todo coincide. Ojalá tuviera tiempo para hablar con todos vosotros, pero se me acaba, se me acaba…
Dio un largo y tendido suspiro.
Era un hombre viejo, con el pelo negro canoso, liso y largo. Vestía una túnica blanca con magatamas negros, como negro era el bastón que sostenía en su mano derecha. Una de las partes terminaba en un círculo, como la luna llena, y la otra en un semicírculo, como una luna menguante. De no ser por sus ojos, extraños, de color morado pálido, con múltiples líneas concéntricas, cualquiera habría dicho que se trataba de un hombre normal.
—Y a mí me ha tocado este papel en este nuevo ciclo… —Dio otro largo y tendido suspiro—. Diantres. Ciclos. Todo se resume en eso. Estaba tan a gusto en mi pequeño despacho, rodeado de… En fin. Eso fue hace… mucho, muchísimo tiempo.
»Tenéis que comprender que la tela del mundo lleva construyéndose mucho, mucho tiempo. Puede que las cosas hayan cambiado, puede que siempre cambien, pero hay alguien empeñado en que los mundos, las personas, los acontecimientos se repitan una y otra vez. Vosotros no recordáis nada. Probablemente estas palabras os suenen a un extraño idioma extranjero. Pero yo os recuerdo a vosotros, como el hombre que siempre causa el fin os recuerda también, a cada uno de los que alguna vez os habéis cruzado con él.
»Recuerda el paso del tiempo, recuerda las reconstrucciones, porque él es el artífice. Comprenderéis que no puedo dejaros morir tan pronto. Los que estáis aquí seréis clave en el futuro del mundo. Si los líderes perecen, si los jinchuuriki perecen, si el mundo se queda sin contrapoder para sus hilos, él podrá operar sin que nadie se le oponga. Y esta vez, no tendrá que despuntar los hilos del telar, ¡como siempre ha hecho siempre que desmontamos sus planes!
»Hay un mal ahí fuera, uno que ha comprendido muchas veces cómo está hecho el mundo. Uno que ha entendido de dónde viene el chakra y sabe utilizarlo. Cada vez que algo no le sale bien, acaba con todo y la realidad renace. Él quiere alzarse, por encima de todos nosotros. Quiere usarnos como simples muñecos de trapo. Quiere ser el rey, el emperador. Quiere que seamos las hormigas de un terrario a sus órdenes.
»O peor aún… Estoy empezando a barajar que sólo quiere divertirse. Y eso… da miedo.
»¡El chakra es la energía del mundo! ¡De la realidad tal y como la conocemos! Y mucho me temo que a este mundo no le queda más energía que desperdiciar en renacer. Si este hombre, no, este monstruo sigue tirando el lienzo a la basura cada vez que el dibujo del artista no sale como él quiere, el cosmos va a quedarse sin tinta.
»Por eso, antes de que él lo controle todo y a todos y nos esclavice, o antes de que encuentre de nuevo los sellos que mantienen la energía del mundo fuera de sus garras… Debéis acabar con él.
»Después de lo que os he dicho, esto os va a resultar difícil: pero no debéis tener prisa. Sí debéis ser cautos. Lo más cautos que seáis posibles. Y mantener la estabilidad. Debéis mantener… la paz. Por favor, os lo pido. Ese mal del que os hablo no está entre vuestras filas. No está afiliado a ningún batallón. Ese mal del que os hablo trabaja por y para sí mismo… y es impredecible.
»El Ninshu me permite salvaros la vida hoy. El Ninshu me permite hablaros. Pero el Ninshu sólo me permite estar conectado con la gente que es afín al chakra. Cuando volváis ahí fuera, os váis a encontrar con civiles muertos. Cientos. Miles. Los Dojos, devastados. Debéis mantener la cordura, por vosotros, por vuestros hijos, por el futuro del mundo. Debéis tranquilizaros, organizaros, volver a vuestras villas, prepararos para lo peor e investigar. Pues el mal está ahí fuera, encarnado en hombre.
»No tardéis demasiado en hacerlo. Migime, Noka. Lo que váis a ver va a ser doloroso, pero vuestros guardias sobrevivirán también. Están aquí, ¿lo sentís? Debéis volver a vuestra tierra, al País del Hierro. Confiad en mis palabras, pero no esperéis encontrar allí nada agradable. Es vuestra tarea reconstruir vuestra patria.
»El futuro va a ser difícil. Primero vendrá la calma, pues el enemigo es astuto y calculador. Lento, sí, pero cada paso es un movimiento en un tablero gigante de ajedrez. Espero que vosotros sepáis jugar vuestras fichas tan bien como él.
»Cuidáos muy bien de él, por favor.
»Cuidáos del hombre de la risa escalofriante.
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Como si hubieran despertado de un mal sueño, los shinobi se levantaron, poco a poco, en el centro del gran cráter que había sido el Valle de los Dojos. No había rastro de víctimas. Porque se habían evaporado al instante, claro.
Y como un ejército invisible, todo el mundo sabía lo que tenía que hacer, aunque en el fondo nadie sabía qué había pasado exactamente, ni qué pasos había que dar para cumplir la tarea. Se levantaron, con rostro aciago. Se miraron los unos a los otros, y decidieron dejar las conversaciones para más tarde. Para otro momento. Para otro lugar más cómodo.
Así fue como cada shinobi volvió a su villa. Así fue como cada alma conectada fraternizó con la de al lado. Así fue como las sospechas de Yubiwa se evaporaron en el aire. Así fue como el miedo a la guerra de Shiona se desvaneció. Así fue como el ímpetu de Yui se apagó y su corazón se ablandó un momento para cuidar de sus hijos.
Así fue como Migime y Noka caminaron, juntos de la mano hacia el este.
Así fue como todos, a la una, se entendieron, aunque sólo fuese por un segundo.
Así fue como el Mundo Ninja continuó su nuevo camino… ¿o quizás, el camino que ya había andado desde el principio?
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